El código detrás
Aunque hoy salte a la
vista que no soy una persona introvertida, lo fui en mis primeros años de
escolaridad. Curiosamente, recuerdo vívidamente situaciones, diálogos y
personas en particular de mi último año en el jardín de infantes. Era el año
1987 y yo tenía cinco años. Desde donde estuviera ubicada, observaba todo y a
todos, incluyéndome a mí, como desde una vista panorámica, procesaba y
repensaba buscando respuestas constantemente, entre ellas la que respondiera
cuál era el propósito de pasar esas horas allí. Yo prefería estar en silencio,
mucho no me gustaba estar con otros chicos, mi atención se apoyaba casi
exclusivamente en mi sin fin de preguntas. Elegía sentarme alejada y dibujar o
pintar. Sólo sabía escribir mi nombre y cada vez la ansiedad de aprender ese
código que figuraba lo que se hablaba, se leía y escribía, me asaltaba más
fuertemente y yo debía esperar. Mi madre me lo había dicho, faltaba un año. Un
día me decidí a probar suerte, me acerqué a la maestra y le pedí que me
enseñara más palabras, pero ella también me hizo esperar, mandándome a jugar.
Hasta que una buena tarde, ya entrado septiembre, sucedió. Mi madre por aquella
época estaba embarazada de mi hermano menor y esto exigía absoluto reposo. Así
que aprovechando su aburrimiento, entré al cuarto con el diario y la excusa
de hacerle mimos y compañía y le pedí
que leyera algo para mí. Un sol ocre de atardecer también se acomodó en la cama
con nosotras volviéndose inolvidable. Ella, mi madre, respondió a mi petición:
¡qué fiaca, no tengo ganas de leer!, va a ser mejor que aprendas. Traé lápiz y
papel, vas a aprender el abecedario primero. En ese momento experimenté una de
las excitaciones intelectuales más profundas que puedo recordar. Así fue,
jugando con ella, pronunciando los sonidos del abecedario y reconociendo las
combinaciones en el diario, al fin descifré el código. Luego me la pasaba
leyendo todo, revistas en casa, los paquetes del almacén, los carteles en las
calles y las vidrieras, todo. Había un código detrás de los sonidos que yo
amaba y ahora yo lo conocía. En los primeros años de la escuela primaria escribía
pequeños poemas con rimas para regalar en papelitos de colores. Siempre estuve
enamorada del sonido de las palabras, para mí siempre fueron música.
Romina Alejandra Francia
Mi primer encuentro personal con la lectura fue a causa de mi papá,
a los 6 años. Él trajo de su trabajo muchos cuentos infantiles y
populares. Yo apenas conocía algunas palabras que me enseñaban en
preescolar y tenía dificultad para leer "gue" y "gui", así que él se
tomó el tiempo de enseñarme a pronunciarlos y reconocerlos. Luego me
ayudó a leer los cuentos y me pedía que explicara que pasaba. Cuando
finalmente comencé primer grado ya sabía leer y como me aburrí con los
cuentos, leía por anticipado los textos del manual que pidió la maestra.
Algunos no los entendía, así que mi papá me compró el Encarta para la
computadora, y así podia buscar (y ver si había imágenes) lo que no
entendía.
Micaela Macedo
Teniendo aproximadamente 7 años se me ocurrió pedirle a mis padres que me regalaran un libro.
Mi idea, en aquél momento, de “un libro” era de algo grueso, pesado lleno de palabras… nada más.
Ningún tema en particular, ningún detalle que orientara a mis padres hacia lo que tenía en mente.
Hoy entiendo que pedirles sencillamente “un libro” fue tan vago y abierto como pedir “un juguete”.
Cuán grande fue mi decepción al
recibir en mis manos un “librito de cuentitos” con muchísimos dibujos de
payasos y niños rubios, rosados y sonrientes.
No recuerdo las palabras exactas con que les hice saber que no era eso lo que deseaba, pero evidentemente fueron las necesarias para que mi mamá decidiera regalarme el único libro (libro de verdad, según
mi parecer en aquel entonces) que había en casa y cuya presencia yo desconocía.
Un libro que le regaló su maestra de 6to grado allá por 1966.
Fue así como llegó a mis manos David Copperfield de Charles Dickens.
Fue maravilloso, un momento único y definitivamente mi zambullida de cabeza en todo lo relacionado a las letras.
Leer la historia de un niño (como yo en ése momento) con una infancia tan desdichada y, sobre todas las cosas, tan diferente a la mía fue un descubrimiento impactante en extremo.
Entender que podía haber otros como yo… pero que no tenían a papá y a mamá cuidándolos.
Entender que podía haber otros como yo… pero a quienes la gente los maltrataba.
Entender que podía haber otros como yo… pero ya (y con tan pocos años encima) con historias de desdichas y sufrimiento.
Entender que podía haber otros como yo… pero esperando temerosamente un futuro incierto.
La edición que me dieron viene
acompañada de unos cuadros que ayudaron a la imaginación… me ayudaron a
sentir pena, cariño, asco, bronca, desesperación… y yo solo tenía 7
años!.
Fue, definitivamente y desde todo punto de vista, una explosión, una revolución en mi cabeza.
Entender que hay millones de historias.
Caer en que uno mismo es una historia con miles de capítulos.
Pensar que uno puede escribir su
historia todos los días y que a veces puede tomarse vacaciones de ella
en historias escritas por otros o, mejor aún, creadas en la imaginación
por uno mismo.
Estimo que viene al caso mencionar
que gracias a éste trabajo práctico busqué el libro que mi mamá me
regaló y lo tengo en la mochila desde ése día con la dedicatoria de la
maestra de mi mamá allá por 1966.
Ése momento y ése libro… me trajeron aquí.
Mauro Suárez
"Mi primer encuentro con la lectura"
Me acuerdo de cuando tenía 3 o 4 años, con mi mamá nos juntábamos por las tardes,
luego de que mis hermanos volvían del cole, en la gran mesa del comedor de nuestra casa.
Éramos seis chicos. Mi hermanito más pequeño, todavia, no había nacido.
Mi mamá les enseñaba a mis hermanos – los más grandes cursaban la secundaria y
mis 3 hermanas la primaria – y yo me quedaba muy atenta a oir sus explicaciones de lengua,
matemática, geografía o cualquier otra materia que en aquel momento ellos estuvieran
estudiando. Oía la voz fuerte de mi mamá que decia: – En un triángulo rectángulo, la suma de
los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la Hipotenusa. Jamás me lo olvidé.
Por esa época, papá nos regaló la colección completa de los libros de Monteiro Lobato.
Fue, entonces, cuando aprendi a leer hojeando los 17 volumenes de la "Granja del pájaro
carpintero amarillo", cuyo primer libro es Las travesuras de Naricita.
Rosanne Nascimento de Souza.
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